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domingo, 13 de mayo de 2012

Barbacoa.

-6-

       – Joder...
       – ¡ Cállate y dispara, Taylor!
       Un reguero de personas iba entrando a la estación, y avanzaban hacia el grupo llevando un paso lento y pesado, andando como si los pies les pesaran varios kilos más de lo normal. Mujeres, hombres... incluso niños. Se movían como si no fueran conscientes de lo que hacían, con la mirada perdida y los brazos colgando.
       Muchos de ellos presentaban heridas por las que cualquier persona normal hubiera muerto. Teo se fijó en los primeros del grupo; una señora obesa sin ropa encabezaba la contienda, con los pechos colgando cerca del estómago y su sexo cubierto por pliegues de grasa; un jóven con una gorra de beisbol y una herida en el brazo desde la que se podía observar el hueso; una chica, tan atrevida como para combinar unos pantalones amarillos con una camisa del mismo color, con una barra de metal atravesándole el pecho y por último un hombre de unos cuarenta años de edad, cuya cabeza colgaba hacia atrás en un ángulo casi imposible.
       Tras ellos, más de lo mismo. El sonido de las armas automáticas inundó la sala, rebotando en las paredes y haciendo que Cassie, Matt y Eli se llevaran las manos a la orejas. Todos menos Teo y los dos soldados estaban aterrados por la horrible visión que se extendía ante ellos. Teo en cambio veía una cosa muy distinta. Veía una historia. Veía un libro. Veía a una editorial dándole el visto bueno a uno de sus manuscritos. Se sintió mal por pensar en eso, cuando quizá la vida de todos corriera peligro, pero que le publicaran un libro era su sueño. Se dedicó a observar cada detalle, cada herida, cada bala atravesando la piel de esas personas, y a memorizarlas para posteriormente plasmarlas con todo lujo de detalles en una hoja en blanco. Pero eso no ocurriría si eran "merendados", como había dicho Taylor. Y aunque pareciera que no, morir le preocupaba.
       El reguero de personas cesó, pero Jackson y Taylor no habían conseguido detener el lento avance de los que se encontraban ya dentro. Las balas parecían no tener efecto, y solo derribaron a dos de los más de veinte que se reunían ya en la estación. No quedaba mucho para que el grupo alcanzara su posición.
       – Taylor, ¡cambio de planes! –gritó Jackson, pero Taylor no lo escuchó– ¡Taylor joder! ¡Lanzales una maldita granada a esos hijos de puta! –Taylor seguía a lo suyo–. Maldito imbécil...
       Jackson se puso en pie, y dirigiéndose a Teo, que era el que más cerca estaba de su posición, le ordenó:
       – Tú, lleva a esta gente a la vía, y que se tapen los oídos. Vamos a volar a esos zumbados.
       Jackson había heredado las formas de su padre, un condecorado militar cuya facilidad para manejar a sus tropas encandilaba a su excesivo uso de insultos e improperios. Teo obedeció las ordenes del soldado, y los demás le siguieron sin rechistar, aliviados por no tener que seguir cerca de esa insólita congregación. Jackson se acercó a Taylor, que seguía disparando, y le dió una colleja. La señora gorda con los pechos al aire estaba a menos de diez metros de ellos.
       – Tu, imbécil, vuela a esos cabrones.
       – ¡¿Que?! –dijo Taylor sacandose un tapón del oído derecho.
       – Joder. ¡Que me des una puta granada y te pongas a cubierto! –bramó Jackson, señalando la vía.
       – Tampoco hace falta ponerse así, hombre.
       Taylor tendió a Jackson una granada de fragmentación, y corrió hacía la vía. Después bajó de un salto y se apretó contra la pared, junto a los demás.
       Jackson quitó la anilla de seguridad de la granada y la lanzó como si de una partida de bolos se tratase. El artefacto rodó bajo decenas de pies mientras el soldado corría hacia la seguridad que le otorgaría el cambio de altura entre el andén y la vía ante la onda expansiva de la explosión.
       La detonación no se hizo esperar, y el edificio entero fué sacudido por la explosión. Churrascos de carne ardiendo comenzaron a gotear por la zona. Pies, manos, dedos, incluso alguna cabeza; todas cercenadas caían como si se trataran de gotas de agua. Afortunadamente ninguna fue a parar sobre Teo, Jackson y compañía, pero muchos apartaron la mirada de los ardientes fragmentos.
       – Esperad aquí –dijo Jackson subiendo de nuevo al andén– Si queda algún hijoputa de esos con vida        pienso merendarmelo.
       Varios disparos más tronaron por la estancia, cada uno de ellos seguido por algún improperio del enfadado soldado. El agradable olor a carne a la brasa comenzó a inundar la sala.
       – Ya podéis subir, pero si tenéis el estómago débil mejor no miréis, esto es una carnicería –gritó Jackson desde arriba.
       Entre Taylor y Teo ayudaron al resto a subir, y luego lo hicieron ellos. Matt vomitó en cuanto vislumbró la brutal escena. Eli aguantó las náuseas hasta ver como Matt regurgitaba el desayuno de esa mañana, entonces ella también devolvió un café con leche, tres tiras de bacon y un huevo frito. Ethan apartó la mirada y susurro algo por lo bajo. Cassie se llevó la mano  a la boca, pero internet y los seminarios de enfermería a los que asistía desde hace dos meses se habían ocupado de que no sintiera miedo o asco por la matanza que se extendía ante ella. Y sobre ella. Y alrededor de ella. Trozos de carne pegados por todas las paredes, acompañados por sangre y vísceras, adornaban la mayor parte de la estación.
       Teo vislumbró pronto donde había estallado la granada, ya que la zona estaba ennegrecida por la explosión. Alrededor de ella se extendían los cadaveres de al menos una veintena de personas. algunas aún seguían sorprendentemente vivas. Una chica de pelo negro se arrastraba con la ayuda de la única mano que le quedaba, a pesar de que de cintura para abajo todo había sido cercenado. A Teo le recordó a un subrayador rojo, por el reguero de sangre que iba dejando tras de sí. Cerca de ella un niño de unos doce años se mantenía quieto sobre su única pierna, y unos metros más allá un joven caminaba con las tripas arrastrando por el suelo. Vio a varios más arrastrándose, pero Jackson se encargaba de endosarles las balas que fueran necesarias en lo que les quedara de cuerpo para frenar su avance.
       – Santo cielo... Esto no es humano. Esa chica debería estar muerta... –musitó Cassie refiriéndose a la joven que se arrastraba con una sola mano.
       – ¿Podemos salir de aquí? –preguntó Ethan, si levantar la mirada de sus zapatos.
       – Si, por favor –suplicó Matt entre arcada y arcada.
       – Fuera todo está igual o peor –dijo Taylor.
       – Pero no podemos quedarnos aquí –insistió Ethan.
       – El chaval tiene razón –dijo Jackson, acercandose al grupo–. Es un callejón sin salida, si esos cabrones vienen de nuevo no podremos hacer salchichas con ellos otra vez, no tenemos más granadas.
       – Y a mi casi no me queda munición –añadió Taylor. Jackson comprobó que él tampoco iba sobrado, solo un cargador.
       – ¿Pero adónde vamos a ir? Si decís que fuera hay más como estos... –dijo Teo.
       – Si, pero son lentos. Si no consiguen acorralarnos no podrán alcanzarnos, y no creo que esas putas bestias tengan la capacidad de razonar –dijo Jackosn–. Pero aún queda la cuestión de a dónde ir.
       – El ejercito debe haber creado zonas seguras, para refugiar a los ciudadanos ¿no? –preguntó Teo.
       – Si, supongo, pero estamos en el barrio más jodido de la ciudad.Si hay algún punto seguro lo habrán puesto en el parque Triggels o cerca del ayuntamiento –respondió Taylor.
       – Lo más cerca es el ayuntamiento, y está a unos cuarenta minutos andando –intervino Cassie.
       – Con esos putos locos por ahí y nosotros casi sin munición no creo que sea una buena idea caminar tanto –apuntó Jackson.
       – Yo conozco a alguien –dijo Eli, que había acabado de vomitar y se limpiaba la boca con un pañuelo de color gris. Todos la miraron–. Es un viejo amigo. Vive en un edificio cerca de aquí, a unos cinco minutos.
       – ¿En que planta? –preguntó Jackson.
       – En la tercera, creo. O quizá en la cuarta... –dudó Eli–. No, definitivamente en la tercera.
       – Perfecto, así aunque venga un grupo tan numeroso como esta vez tenemos la ventaja de la posición. Podríamos hacer como los putos espartanos en las Termopilas, y yo sería el maldito Leónidas –dijo Jackson con una sonrisa en la cara.
       – ¿Decidido pues? –preguntó Teo.
       – Si, joder, salgamos de aquí. Este olor me está abriendo el apetito.

viernes, 11 de mayo de 2012

Las ocho y tres minutos.

-5-


       El pelo del joven que estaba recostado en su cómodo sillón de ochocientos dolares parecía una escoba. Por el centro se erguía majestuosamente, brillando ante la pantalla del ordenador que tenía enfrente debido a la enorme cantidad de gomina necesaria para mantener eso en pie. Sin embargo, por los lados iba rapado al mínimo. Vestía un traje bastante caro, mucho más que el sillón, y en general toda la casa gustaba de una decoración exquisita. Exquisitamente cara, por supuesto.La habitación estaba minimamente amueblada –la mesa del ordenador, el sillón, una estantería y poco más pero esas pocas piezas de decoración derrochaban lujo por los cuatro costados.Incluso la pluma que sobresalía de uno de los bolsillos del joven era ridículamente cara.
       De vez en cuando se levantaba de su sillón para teclear algo en el portátil, y observaba la hora. Eran las ocho y tres minutos de la mañana, según su Rolex. Odiaba que le hicieran esperar, era una de las cosas que más aborrecía desde que se metió en este tipo de negocios.
       Se levantó y estiró los brazos, flexionándolos, así como las piernas. Comenzó a caminar hacía la estantería, donde una gran colección de discos reposaba cerca de un equipo de música de última generación. La colección de discos era bastante variada; desde el más clásico Mozart, hasta Slipknot, cuya música muchos definían como satánica. Se decantó por algo clásico, Rossini.
       Se deslizó por la amplia habitación mientras realizaba ridículos movimientos y dirigía  los muebles con un batuta invisible, al son de The Thieving Magpie. Un sonido le llego desde el portátil, había recibido un nuevo mensaje.  Releyó la conversación.

        > ¿Lo tienes?
       >> Sí.
        > ¿Y a que coño esperas?
        >> Faltan unos pequeños detalles, espera.
        > ¿Detalles? Joder, suéltalo ya.
        >> No está listo. No del todo.
        > Me la suda si está listo, tu hazlo.
       >> ¿Seguro?
        > Seguro.
        >> Dime la clave entonces.
        > Espera.
        > La clave es VIRGILIO. En mayúsculas.
       >> Vale.
        >> Espera un momento, voy a lanzarlo.
        > No tardes, ya son las ocho y tres minutos.
        >> Tranquilo.
        El usuario Dante815 ha cerrado sesión.
        > ¿?
        El usuario Dante815 ha entrado en la sala.
        > ¿Ya?
       >> Si. Nos veremos pronto.
      
        Entonces, emocionado  y con una diabólica sonrisa en su cara tecleó:

      >No creo. 


       Se dirigió al icono superior y pulsó en finalizar conversación. Cronos23 ha cerrado sesión. Apagó el ordenador y se dirigió al ventanal desde el que divisaba gran parte de la ciudad. Una silueta negra surcó el cielo a lo lejos, para luego desaparecer al empotrarse contr un edificio. Una densa columna de humo se irguió donde antes estaba el hospital. El joven crujió los dedos de su mano derecha a la vez que la sonrisa se  extendía más y más por su afilado rostro.
       – Que empiece el show.

miércoles, 4 de abril de 2012

Interesantes revelaciones.

-4- 


       
      La estación de metro de Selbuort no era especialmente conocida por la capa de basura que se acumulaba en cada esquina o por las manchas de sangre seca del espejo del cuarto de baño femenino, ni siquiera por el cadáver del gato a la derecha de las escaleras de entrada. Era conocida por ser una de las estaciones menos frecuentadas por gente moralmente aceptable del condado (la Guía para Nuevos Turistas aconsejaba rutas alternativas para evitar los posibles problemas que podría acarrear visitar esa estación).
       No era un lugar especialmente grande, y solo una linea pasaba por allí. Los fluorescentes del techo, que fallaban en su mayoría, junto a las incontables obras de arte urbano que adornaban las paredes le daban a la estación un aspecto lúgubre y descuidado. Unos bancos de color grisáceo que reposaban delante de tres gruesas columnas de hormigón eran la única decoración de la zona, ademas de una papelera que parecía vomitar todo tipo de desechos por su abertura.
       El tren se detuvo suavemente y las puertas se abrieron, dejando salir a sus cinco ocupantes. Nadie quería permanecer en el mismo lugar que los tres sanguinolentos cadáveres.
       No llevaban ni treinta segundos fuera del aparato cuando dos figuras aparecieron de detrás de una de las columnas. Eran dos hombres, vestidos con indumentaria militar. En sus manos sostenían sendos rifles automáticos, que apuntaban directamente al grupo.
       — No den ni un paso más, ¡y que alguien diga algo con sentido!
       El que habló no tenía más de treinta años y en su voz se atisbaba un deje de desesperación y miedo. Sudaba copiosamente y el rostro le brillaba bajo los intermitentes fluorescentes al igual que el otro soldado, el cual se limitó a seguir apuntando con el arma apoyada en el hombro. El grupo que estaba siendo encañonado por los dos desconocidos surgidos de la nada estaba tan asombrado como asustado, y ninguno se atrevía a articular ni una sola palabra, pese a la orden de que alguien dijera algo.
       — ¡Maldita sea, digan algo o les juro que este sitio será vuestra tumba! —volvió a vociferar el mismo soldado, que dio un paso adelante y agarró el fusil con más fuerza.
       — ¡Espere! –fué Teo el que abrió la boca—. Algo con sentido...joder... —masculló por lo bajo—. El metro ha implementado un nuevo sistema de guía sin piloto...
       Los soldados dudaron un momento, pero luego bajaron las armas y se relajaron. 
       — Menos mal, no quería dispararos — dijo el soldado, quitándose el caso y dejando ver su corte militar.
       — ¿A que ha venido esto? ¿Que está pasando aquí? —preguntó Eli.
       — Señora, solo queríamos comprobar que eran.... ya sabe, normales.
       — ¿Normales? –inquirió Teo.
       — Jackson, creo que no saben nada de lo que esta pasando —dijo el soldado que hasta ahora había estado en silencio. El tren reanudó su marcha.
       — Joder, pues tienen suerte estos capullos, Taylor —respondió Jackson.
       — ¿Que es lo que está pasando?
Teo no entendía nada, y a juzgar por las caras de sus compañeros de trauma, ellos tampoco.
       — Han sido los rusos, lo han jodido todo —dijo Taylor, secándose el sudor de la cara con su manga derecha. Tambien había prescindido de su casco, y lucía el mismo pelo que su compañero, lo que provocaba que su parecido fuese más que notable.
       — Cállate, han sido los japoneses, los rusos no son tan listos —dijo Jackson
Al ver los rostros de confusión que les observaban Jackson añadió:
       — En realidad son solo conjeturas nuestras, nadie sabe quien lo ha hecho.
       — ¡¿Quien ha hecho que?! —explotó Matt, alzando la voz.
       — Eh, eh, tranquilízate, negro –dijo Jackson levantando la mano mientras Matt lo asesinaba con la mirada—. No sabemos mucho, nos hemos limitado a seguir las órdenes de nuestros superiores. Esta mañana han volado por los aires un puto hospital de la parte norte de la ciudad. ¡Un maldito hospital! ¿Que culpa tenían? Un avión se ha estrellado contra el edificio, como en el jodido once de septiembre. Al parecer han ocurrido atentados similares por distintas partes del país.
       — Pero si solo fuera eso podríamos estar agradecidos —dijo Taylor.
       — ¿Qué? —preguntó Teo.
       — Tío, ahí arriba todo es un jodido infierno. Todos se han vuelto locos, se atacan entre ellos y si te cogen no dudan en hincarte el diente como si fueras su puto kebab —respondió Jackson—. Eramos cinco en nuestra unidad, se suponía que solo teniamos que controlar unos disturbios pero...
       — Se han merendado a Clark y Carlos, después ibamos nosotros. Hemos abierto fuego, pero esos cabrones eran duros de roer. Nos superaban en relación de tres a uno, más o menos, pero aún yendo armados nos hemos visto obligados a huir —dijoTaylor.
       — Con nosotros iba una chica, también soldado, pero al huir ella corrió en otra dirección —concluyó Jackson.
El silencio inundó la sala durante unos largos segundos, solo interrumpido por el sonido de varias alarmas que se filtraba por las escaleras de entrada.
       — Nos estáis tomando el pelo —dijo Teo—. Nos estais diciendo que ahí fuera se ha vuelto todo el mundo loco, después de una recreación del once de septiembre, y que se comen unos a otros. Y todo eso en... —Teo miró su reloj, eran las nueve y treinta y dos minutos—. Una hora y media. ya que antes de subirme a ese tren no he oído ninguna información relacionada con lo que decís.
       — Esta mañana han cortado todas las vías de comunicación; televisión, radio... Ni siquiera funciona el número de emergencia –dijo Jackson–. Yo tampoco puedo creerme que hace dos horas estuviese en la cama, soñando con una chica de exuberantes pechos.
       Un sonido metalico llegó a lo lejos, de la zona de la entrada. Despues una especie de gruñidos.
       — ¡Mierda Jackson, se han cargado la verja!
       — Mantenganse detrás de nosotros, dejen a los profesionales.
       Ambos clavaron la rodilla en el suelo, apretaron la culata del arma contra su hombro y alinearon su ojo bueno con la mira del arma, dispuestos para lo que se avecinaba.

lunes, 19 de marzo de 2012

Fin de la locura.

-3-

       Dos disparos. Dos malditos proyectiles de nueve milímetros en el pecho y ese hijo de puta seguía sin inmutarse. La gente había empezado a huir, rompiendo ventanas y forzando puertas, pero Tom seguía ahí, de pie, dando buena cuenta de la tierna carne de bebé.
      Un joven de color es el que había efectuado ambos disparos, y contemplaba atónito la pasividad del hombre tras recibir dos balazos a menos de veinte metros. Tenía una expresión que iba desde el miedo, que hacía que sus manos temblaran, hasta la rabia, que afloraba en forma de marcadas venas en el cuello. Esto ultimó también salio a la luz, en forma de cinco estallidos más: una de las balas atravesó el omóplato derecho de Tom; otra acabó atravesando la carótida y llevándose consigo parte del cuello, del cual empezó a brotar una densa sustancia carmesí; la siguiente se desvió y no dio en el blanco; la cuarta pasó silbando por su oreja derecha, haciendo que un fino hilo de sangre resbalara por el lóbulo. La definitiva fue un disparo perfecto, que como se suele decir, acabó entre ceja y ceja. Fue entonces cuandolo que quedaba del bebé cayó al suelo, seguido del sangrante cuerpo de Tom. Entre ambos no tardaron mucho en crear un charco de espesa y oscura sangre.
      El joven que había efectuado los disparos se dejó caer sobre sus rodillas, soltando el arma y llevándose las manos a la cara, salpicada ahora por un reguero de lágrimas. Comenzó a sollozar, y unas indescifrables palabras se escurrieron por sus labios con voz ahogada. Aspiró sonoramente varias veces, y luego un ataque de tos se unió a los sollozos, inundando la sala. Todos se mantenían en silencio, observando la perturbadora imagen.
      La señora, Elisabeth, puso su mano derecha en el hombro del joven en señal de apoyo, mientras con la otra agarraba fuertemente una cruz bañada en plata. Sus ojos se mantenían fijos en los mutilados cuerpos que yacían unos metros más adelante.
      El tren se comenzó a moverse de nuevo, aunque ahora solo unos cuantos pasajeros quedaban a bordo, los que habían decidido no huir por los oscuros túneles. Los que habían decidido que era más importante la vida de un bebé y su madre que la suya propia.
      – Debe de ser el nuevo sistema de seguridad... –dijo Teo– . Recuerdo haber leído sobre él hace un mes o así, si la cabina del piloto no responde el tren se detiene, y solo vuelve a ponerse en marcha si...
      Teo dejó de hablar ya que nadie le prestaba ni la más mínima atención. La joven de las pecas ayudaba al músico, Ethan, a vendarse las heridas del antebrazo con unas vendas esterilizadas, sacadas de Dios sabe donde. Mientras tanto Eli intentaba consolar al chico de color, cuyos sollozos ya habían cesado y solo emitía algunas palabras inconexas.
      Nadie se preocupaba por la chica que había sido golpeada por Tom, que sangraba copiosamente por una nariz con un angulo antinatural debido al descomunal puñetazo. Teo se acercó procurando no mirar hacía los cadáveres, aún rodeados de líquido caliente. Había demasiada sangre en el cuerpo de la chica, y no le costó descubrir el por qué. La bala perdida había atravesado el cuello de la joven, ya maltrecha por el golpe del conductor.
      Teo bajó la mirada y casi sin pensarlo echó un rápido vistazo a los cadáveres. Sintió como un escalofrío le recorría la espalda, seguido de unas cuantas arcadas Dio unos pasos hacia atrás, con un terrible dolor de cabeza martilleándole las sienes y volvió con el grupo, decidiendo no desvelar la trayectoria del disparo perdido. El chico ya estaba afectado por matar a un asesino, si alguien le desvelara que seguramente fuera el causante de la muerte de la mujer... Mejor dejarlo pasar, al menos por el momento. Teo levantó la vista para observar como cuatro pares de ojos lo miraban impaciente. Lentamente negó con la cabeza dando a entender a todos que la mujer no seguía con vida.
      – ¿Estais todos bien? –dijo Eli, con un tono tan maternal que hizo que todos se relajasen, al menos durante un momento. Uno a uno fueron asintiendo.
      – Deberíamos cambiar de vagón... Al menos hasta que lleguemos a la estación y llamemos a la policía –sugirió Teo.
      Nadie se negó, y en unos segundos habían cruzado al vagón contiguo. La estancia era similar, salvo por el minúsculo detalle de los tres cuerpos sin vida.
      – ¡La policía! –exclamó la chica de las pecas–. ¿Alguien ha llamado a la policía?
      Un corto silencio inundó la estancia, a nadie se le había ocurrido avisar a los cuerpos de seguridad, al menos de los presentes. Ethan fue el primero en sacar el móvil, uno de esos modelos que llevan tanta tecnología dentro que lo único que los diferencia de ordenadores portátiles es su reducido tamaño.
      – No tengo cobertura.
      Uno a uno fueron sacando sus teléfonos móviles y comprobando que ellos tampoco disponían de señal.
      – Es extraño, justo antes de que empezara todo esto si que tenía...–dijo Teo.
      – Será por los túneles, unas zonas tendrán cobertura y otras no –dijo el músico.
      – De todas formas, se puede llamar a los números de emergencia sin necesidad de que haya cobertura –dijo la chica de las pecas, con su móvil ya en la oreja–. Que extraño, da el mismo tono que cuando un numero está ocupado –prosiguió unos segundos después.
      – Puede que las lineas estén saturadas, pero eso sería algo realmente raro... –dijo Teo.
      – Bueno, no creo que quede mucho para la siguiente estación –intervino el hombre que había efectuado los disparos, ya más recompuesto que minutos atrás–. Por cierto, me llamo Matt –esbozó una sonrisa triste–, si vamos a ser compañeros en un hecho tan traumático como este lo mejor será que conozcamos nuestros nombres.
      – Elisabeth, o Eli, como mejor os venga –dijo la señora mayor, esbozando una sonrisa y tomando asiento. Todos la imitaron. De repente el ambiente era mucho más calmado, como si todos se hubieran olvidado de que a solo unos cuantos metros habían tres cuerpos tiñendo el suelo de rojo escarlata.
      – Teodoro, pero creedme, si me llamáis Teo a secas me estaríais haciendo todo un favor.
      – Ethan, músico herido –dijo, alzando el maltrecho brazo y con una sonrisa forzada.Algunossonrieron tenuemente.
      – Yo soy Cassie –dijo la chica de las pecas–. Pero si vamos a ser compañeros de trauma podéis llamarme Cass, como hacen todos.
       Cuando las luces de la estación comenzaron a filtrarse por las ventanillas y el metro comenzó a reducir su velocidad paulatinamente, ese ambiente de relajación que los acompañaba minutos atrás se disolvió poco a poco, siendo suplantado por una capa de realidad que tomó asiento junto a nuestros protagonistas.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Músicos bohemios y bebés.


    -2-

    En la placa de identificación podía leerse un nombre de tres letras. Un nombre tan sencillo como Tom. Y en general eso es lo que era Tom, un hombre sencillo. Cada mañana se despertaba temprano, se ponía su uniforme y dejaba caer el pijama de elefantes rosas en el cesta de la ropa sucia. Su hija Ana vivía con el y se encargaría de limpiarlo. “Como deber ser”, solía pensar él.
      Pese a su actitud machista, el bueno de Tom disfrutaba travistiéndose y jugando con drogas a sus cuarenta y ocho años de edad. Mantenía una relación con un compañero del trabajo, pero ese tema no es el que nos concierne ahora.
      Ahora su demacrado rostro lucía unos profundos cortes transversales en ambas mejillas, que sangraban goteando por la barbilla y manchando sus carísimos zapatos Massimo Dutti. El pelo canoso y mal cuidado le caía por delante de los ojos color azabache. Un hilo de sangre le resbalaba por el cuello hasta el pecho del uniforme, donde empezó a formarse una mancha de color oscuro. El sudor le recorría todo el cuerpo, haciendo que su piel brillara bajo las fluorescentes luces que colgaban del techo.
      El hombre avanzó por el vagón, con la vista perdida y el paso torpe. Los dedos también le sangraban, cosa lógica cuando uno se daba cuenta de que le faltaban las uñas de la mayoría de ellos. La gente se apartaba a su paso, pegándose a sus asientos tanto como podían.
      Teo sentía una mezcla de miedo y curiosidad, notaba un fuerte martilleo en las sienes y una constante presión en el pecho . Quería salir de allí, pero también quería saber como había acabado ese hombre así. Y quería ayudarlo. Quería levantarse, tenderle una mano y llevarlo al hospital más cercano. Pero el miedo le impedía moverse.
      Pasaron unos insufribles segundos hasta que alguien se acercó a Tom. Era un joven de estatura media, con un gorro de lana negro que dejaba ver como el pelo le caía por la frente y sobre las orejas. El pelo añadido a la vestimenta – simple y cómoda – y a la guitarra que colgaba de su espalda le daban una imagen de músico bohemio que seguramente provocaría charcos de fluidos entre las chicas del lugar.El chico se acercó con cautela, alargando su mano en gesto tranquilizador.
         ¿Esta usted bien, señor?   preguntó el joven guitarrista. ¿Que le ha pasado?
      El chico tenía una voz clara y un tanto aguda, el tono denotaba miedo, pero sonó imponente debido al silencio que lo inundaba todo instantes atrás. Tom había dejado de caminar y ahora miraba fijamente el suelo, o al menos lo que su pelo le permitía ver. El joven dió un paso más.
         Tom...¿Es usted Tom verdad?   dijo, leyendo la placa con el nombre . Yo soy Ethan, puede confiar en...
      Sin que el joven músico pudiera reaccionar, Tom le agarró de la muñeca con tanta fuerza que las pocas uñas que quedaban en su mano izquierda se clavaron en la piel de Ethan, haciendo que empezara a sangrar. El joven estaba ahora pálido y el miedo podía leerse en su cara.
      Ethan intentó zafarse, pero desistió pronto al comprobar que a pesar de sus esfuerzos no había conseguido mover a Tom ni un ápice. El conductor atrajo a Ethan hacía el, tirando con fuerza de su brazo. Las zapatillas deportivas del guitarrista resbalaron en la superficie de metal y cuando quiso darse cuenta estaba cara a cara con su captor. Sus narices casi se rozaban, y Ethan podía oler el penetrante hedor a sudor. Tom esbozó una sonrisa, lo que le otorgó un aspecto más tenebroso aún. Tom deslizó su mano libre por la cadera de Ethan, y subió lentamente hasta llegar a su cuello. Si esa escena contenía algo de erotismo, esta no era la situación más apropiada.
      Pero entonces algo inesperado ocurrió. El bebé comenzó a llorar. Tom dio un giro brusco, soltando a su presa y empujándola hacia atrás. Ethan cayó a los pies de Teo y de la chica de las pecas. Esta ayudó al joven músico a ponerse en pié y entre ella y Teo le hicieron un hueco entre los asientos.
      El bebé estaba justo a la derecha de Tom, acurrucado en el regazo de su madre. La joven, al establecer contacto visual con el conductor cerró los ojos y estrechó al bebé contra su pecho.
      Teo observó la escena inclinándose un poco hacía adelante; la curiosidad pudo al miedo. Vio como Tom, aún con esa ridícula y terrorífica sonrisa en sus labios, arrancaba al bebé de manos de su madre. Sujetó al crio por el cuello con una mano mientras que con la otra propinó un fuerte puñetazo al rostro de la mujer, que cayó hacia atrás sangrado y ahogando un agudo grito que cesó cuando la cabeza golpeo contra la parte de atrás del asiento, sumiéndola en un peligroso sueño. .
      Lo que ocurrió a continuación hizo que Teo deseara que el miedo hubiera ganado a la curiosidad. El bebé seguía llorando y pataleando. Tom apretó más la mano alrededor de su cuello, abrió la boca todo lo que sus músculos le permitían y hundió sus dientes en el tierno y blando cuello del bebé. Tom dejó caer al bebé a sus pies. El llanto cesó.
      La sangre se vertía sobre el metálico suelo creando un charco de color carmesí cada vez mayor.
      Varias personas gritaron y apartaron la mirada, entre ellas Teo. No le gustaban los bebes, y menos aún los bebés muertos.