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lunes, 19 de marzo de 2012

Fin de la locura.

-3-

       Dos disparos. Dos malditos proyectiles de nueve milímetros en el pecho y ese hijo de puta seguía sin inmutarse. La gente había empezado a huir, rompiendo ventanas y forzando puertas, pero Tom seguía ahí, de pie, dando buena cuenta de la tierna carne de bebé.
      Un joven de color es el que había efectuado ambos disparos, y contemplaba atónito la pasividad del hombre tras recibir dos balazos a menos de veinte metros. Tenía una expresión que iba desde el miedo, que hacía que sus manos temblaran, hasta la rabia, que afloraba en forma de marcadas venas en el cuello. Esto ultimó también salio a la luz, en forma de cinco estallidos más: una de las balas atravesó el omóplato derecho de Tom; otra acabó atravesando la carótida y llevándose consigo parte del cuello, del cual empezó a brotar una densa sustancia carmesí; la siguiente se desvió y no dio en el blanco; la cuarta pasó silbando por su oreja derecha, haciendo que un fino hilo de sangre resbalara por el lóbulo. La definitiva fue un disparo perfecto, que como se suele decir, acabó entre ceja y ceja. Fue entonces cuandolo que quedaba del bebé cayó al suelo, seguido del sangrante cuerpo de Tom. Entre ambos no tardaron mucho en crear un charco de espesa y oscura sangre.
      El joven que había efectuado los disparos se dejó caer sobre sus rodillas, soltando el arma y llevándose las manos a la cara, salpicada ahora por un reguero de lágrimas. Comenzó a sollozar, y unas indescifrables palabras se escurrieron por sus labios con voz ahogada. Aspiró sonoramente varias veces, y luego un ataque de tos se unió a los sollozos, inundando la sala. Todos se mantenían en silencio, observando la perturbadora imagen.
      La señora, Elisabeth, puso su mano derecha en el hombro del joven en señal de apoyo, mientras con la otra agarraba fuertemente una cruz bañada en plata. Sus ojos se mantenían fijos en los mutilados cuerpos que yacían unos metros más adelante.
      El tren se comenzó a moverse de nuevo, aunque ahora solo unos cuantos pasajeros quedaban a bordo, los que habían decidido no huir por los oscuros túneles. Los que habían decidido que era más importante la vida de un bebé y su madre que la suya propia.
      – Debe de ser el nuevo sistema de seguridad... –dijo Teo– . Recuerdo haber leído sobre él hace un mes o así, si la cabina del piloto no responde el tren se detiene, y solo vuelve a ponerse en marcha si...
      Teo dejó de hablar ya que nadie le prestaba ni la más mínima atención. La joven de las pecas ayudaba al músico, Ethan, a vendarse las heridas del antebrazo con unas vendas esterilizadas, sacadas de Dios sabe donde. Mientras tanto Eli intentaba consolar al chico de color, cuyos sollozos ya habían cesado y solo emitía algunas palabras inconexas.
      Nadie se preocupaba por la chica que había sido golpeada por Tom, que sangraba copiosamente por una nariz con un angulo antinatural debido al descomunal puñetazo. Teo se acercó procurando no mirar hacía los cadáveres, aún rodeados de líquido caliente. Había demasiada sangre en el cuerpo de la chica, y no le costó descubrir el por qué. La bala perdida había atravesado el cuello de la joven, ya maltrecha por el golpe del conductor.
      Teo bajó la mirada y casi sin pensarlo echó un rápido vistazo a los cadáveres. Sintió como un escalofrío le recorría la espalda, seguido de unas cuantas arcadas Dio unos pasos hacia atrás, con un terrible dolor de cabeza martilleándole las sienes y volvió con el grupo, decidiendo no desvelar la trayectoria del disparo perdido. El chico ya estaba afectado por matar a un asesino, si alguien le desvelara que seguramente fuera el causante de la muerte de la mujer... Mejor dejarlo pasar, al menos por el momento. Teo levantó la vista para observar como cuatro pares de ojos lo miraban impaciente. Lentamente negó con la cabeza dando a entender a todos que la mujer no seguía con vida.
      – ¿Estais todos bien? –dijo Eli, con un tono tan maternal que hizo que todos se relajasen, al menos durante un momento. Uno a uno fueron asintiendo.
      – Deberíamos cambiar de vagón... Al menos hasta que lleguemos a la estación y llamemos a la policía –sugirió Teo.
      Nadie se negó, y en unos segundos habían cruzado al vagón contiguo. La estancia era similar, salvo por el minúsculo detalle de los tres cuerpos sin vida.
      – ¡La policía! –exclamó la chica de las pecas–. ¿Alguien ha llamado a la policía?
      Un corto silencio inundó la estancia, a nadie se le había ocurrido avisar a los cuerpos de seguridad, al menos de los presentes. Ethan fue el primero en sacar el móvil, uno de esos modelos que llevan tanta tecnología dentro que lo único que los diferencia de ordenadores portátiles es su reducido tamaño.
      – No tengo cobertura.
      Uno a uno fueron sacando sus teléfonos móviles y comprobando que ellos tampoco disponían de señal.
      – Es extraño, justo antes de que empezara todo esto si que tenía...–dijo Teo.
      – Será por los túneles, unas zonas tendrán cobertura y otras no –dijo el músico.
      – De todas formas, se puede llamar a los números de emergencia sin necesidad de que haya cobertura –dijo la chica de las pecas, con su móvil ya en la oreja–. Que extraño, da el mismo tono que cuando un numero está ocupado –prosiguió unos segundos después.
      – Puede que las lineas estén saturadas, pero eso sería algo realmente raro... –dijo Teo.
      – Bueno, no creo que quede mucho para la siguiente estación –intervino el hombre que había efectuado los disparos, ya más recompuesto que minutos atrás–. Por cierto, me llamo Matt –esbozó una sonrisa triste–, si vamos a ser compañeros en un hecho tan traumático como este lo mejor será que conozcamos nuestros nombres.
      – Elisabeth, o Eli, como mejor os venga –dijo la señora mayor, esbozando una sonrisa y tomando asiento. Todos la imitaron. De repente el ambiente era mucho más calmado, como si todos se hubieran olvidado de que a solo unos cuantos metros habían tres cuerpos tiñendo el suelo de rojo escarlata.
      – Teodoro, pero creedme, si me llamáis Teo a secas me estaríais haciendo todo un favor.
      – Ethan, músico herido –dijo, alzando el maltrecho brazo y con una sonrisa forzada.Algunossonrieron tenuemente.
      – Yo soy Cassie –dijo la chica de las pecas–. Pero si vamos a ser compañeros de trauma podéis llamarme Cass, como hacen todos.
       Cuando las luces de la estación comenzaron a filtrarse por las ventanillas y el metro comenzó a reducir su velocidad paulatinamente, ese ambiente de relajación que los acompañaba minutos atrás se disolvió poco a poco, siendo suplantado por una capa de realidad que tomó asiento junto a nuestros protagonistas.

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