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miércoles, 1 de febrero de 2012

Músicos bohemios y bebés.


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    En la placa de identificación podía leerse un nombre de tres letras. Un nombre tan sencillo como Tom. Y en general eso es lo que era Tom, un hombre sencillo. Cada mañana se despertaba temprano, se ponía su uniforme y dejaba caer el pijama de elefantes rosas en el cesta de la ropa sucia. Su hija Ana vivía con el y se encargaría de limpiarlo. “Como deber ser”, solía pensar él.
      Pese a su actitud machista, el bueno de Tom disfrutaba travistiéndose y jugando con drogas a sus cuarenta y ocho años de edad. Mantenía una relación con un compañero del trabajo, pero ese tema no es el que nos concierne ahora.
      Ahora su demacrado rostro lucía unos profundos cortes transversales en ambas mejillas, que sangraban goteando por la barbilla y manchando sus carísimos zapatos Massimo Dutti. El pelo canoso y mal cuidado le caía por delante de los ojos color azabache. Un hilo de sangre le resbalaba por el cuello hasta el pecho del uniforme, donde empezó a formarse una mancha de color oscuro. El sudor le recorría todo el cuerpo, haciendo que su piel brillara bajo las fluorescentes luces que colgaban del techo.
      El hombre avanzó por el vagón, con la vista perdida y el paso torpe. Los dedos también le sangraban, cosa lógica cuando uno se daba cuenta de que le faltaban las uñas de la mayoría de ellos. La gente se apartaba a su paso, pegándose a sus asientos tanto como podían.
      Teo sentía una mezcla de miedo y curiosidad, notaba un fuerte martilleo en las sienes y una constante presión en el pecho . Quería salir de allí, pero también quería saber como había acabado ese hombre así. Y quería ayudarlo. Quería levantarse, tenderle una mano y llevarlo al hospital más cercano. Pero el miedo le impedía moverse.
      Pasaron unos insufribles segundos hasta que alguien se acercó a Tom. Era un joven de estatura media, con un gorro de lana negro que dejaba ver como el pelo le caía por la frente y sobre las orejas. El pelo añadido a la vestimenta – simple y cómoda – y a la guitarra que colgaba de su espalda le daban una imagen de músico bohemio que seguramente provocaría charcos de fluidos entre las chicas del lugar.El chico se acercó con cautela, alargando su mano en gesto tranquilizador.
         ¿Esta usted bien, señor?   preguntó el joven guitarrista. ¿Que le ha pasado?
      El chico tenía una voz clara y un tanto aguda, el tono denotaba miedo, pero sonó imponente debido al silencio que lo inundaba todo instantes atrás. Tom había dejado de caminar y ahora miraba fijamente el suelo, o al menos lo que su pelo le permitía ver. El joven dió un paso más.
         Tom...¿Es usted Tom verdad?   dijo, leyendo la placa con el nombre . Yo soy Ethan, puede confiar en...
      Sin que el joven músico pudiera reaccionar, Tom le agarró de la muñeca con tanta fuerza que las pocas uñas que quedaban en su mano izquierda se clavaron en la piel de Ethan, haciendo que empezara a sangrar. El joven estaba ahora pálido y el miedo podía leerse en su cara.
      Ethan intentó zafarse, pero desistió pronto al comprobar que a pesar de sus esfuerzos no había conseguido mover a Tom ni un ápice. El conductor atrajo a Ethan hacía el, tirando con fuerza de su brazo. Las zapatillas deportivas del guitarrista resbalaron en la superficie de metal y cuando quiso darse cuenta estaba cara a cara con su captor. Sus narices casi se rozaban, y Ethan podía oler el penetrante hedor a sudor. Tom esbozó una sonrisa, lo que le otorgó un aspecto más tenebroso aún. Tom deslizó su mano libre por la cadera de Ethan, y subió lentamente hasta llegar a su cuello. Si esa escena contenía algo de erotismo, esta no era la situación más apropiada.
      Pero entonces algo inesperado ocurrió. El bebé comenzó a llorar. Tom dio un giro brusco, soltando a su presa y empujándola hacia atrás. Ethan cayó a los pies de Teo y de la chica de las pecas. Esta ayudó al joven músico a ponerse en pié y entre ella y Teo le hicieron un hueco entre los asientos.
      El bebé estaba justo a la derecha de Tom, acurrucado en el regazo de su madre. La joven, al establecer contacto visual con el conductor cerró los ojos y estrechó al bebé contra su pecho.
      Teo observó la escena inclinándose un poco hacía adelante; la curiosidad pudo al miedo. Vio como Tom, aún con esa ridícula y terrorífica sonrisa en sus labios, arrancaba al bebé de manos de su madre. Sujetó al crio por el cuello con una mano mientras que con la otra propinó un fuerte puñetazo al rostro de la mujer, que cayó hacia atrás sangrado y ahogando un agudo grito que cesó cuando la cabeza golpeo contra la parte de atrás del asiento, sumiéndola en un peligroso sueño. .
      Lo que ocurrió a continuación hizo que Teo deseara que el miedo hubiera ganado a la curiosidad. El bebé seguía llorando y pataleando. Tom apretó más la mano alrededor de su cuello, abrió la boca todo lo que sus músculos le permitían y hundió sus dientes en el tierno y blando cuello del bebé. Tom dejó caer al bebé a sus pies. El llanto cesó.
      La sangre se vertía sobre el metálico suelo creando un charco de color carmesí cada vez mayor.
      Varias personas gritaron y apartaron la mirada, entre ellas Teo. No le gustaban los bebes, y menos aún los bebés muertos.

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