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miércoles, 1 de febrero de 2012

Leer en el metro.

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      Era imposible leer en el metro, había llegado a esa conclusión. Sin embargo era un excelente lugar para recopilar información, de gente cuyas vida te importaban menos que el nuevo disco de los Jonas Brothers.
      La señora de enfrente, Elisabeht, tenía tres hijos. Dos de ellos estaban felizmente casados en algún lugar de Francia y España, mientras que un tercero llamado Jared había decidido que sus veintidós años de edad eran más que suficientes para explorar mundo, concretamente algún recóndito lugar de la India.
       Por supuesto, a Teo no le importaba lo más mínimo si Jared estaba en algún rincón de Asia, muerto en alguna cuneta de norte de Inglaterra o en la cama con alguna señorita de dudosa reputación. A pesar de eso Teo ya se sabía media vida de esa señora a la que ni conocía de nada, ni tenía intención de empezar a conocer en ese instante.
       Un señor llamado Steve lloraba desconsoladamente en el asiento que quedaba a la izquierda de Teo. Tendría unos cuarenta años, vestía un traje negro y llevaba un pañuelo lleno de lágrimas y otras sustancias de origen nasal. Hablaba de su esposa con la señora de al lado, a la cual ni conocía. Su esposa, esa lagarta de lengua viperina que se follaba a otro según la había definido él mismo, acababa de dejarlo en la calle solo con lo puesto.
       Luego estaba el bebé, tres asientos a su izquierda. A Teo no le gustaban los bebés, y más si era como este. Esa pequeña máquina de sonidos aberrantes que pataleaba y gritaba como si le estuvieran arrebatando su vida en uno de los largometrajes de la saga Saw mantenía en vilo y con cierto grado de rabia y exasperación a medio avión. Su madre, una bella mujer de piel clara y cabello oscuro intentaba hacerlo callar de todas las maneras posibles. El trayecto incluso se puso interesante cuando fue a llevar a cabo una de esas técnicas y comenzó a desabrocharse los botones superiores de su blusa para sacar uno de sus pechos a la vista de todo el que estuviese atento, y no eran pocos ya que la señora no estaba mal, nada mal. Su rostro desprendía un aire jovial y su sonrisa hacia más llevadera la mañana a quienes la miraban a la cara, cosa que raramente ocurría. Sus turgentes pechos dejaban entrever su forma a través de la ceñida ropa, y era ahí donde se concentraba la mayor parte de las miradas. Pero entonces, cuando iba por el segundo botón, el niño cesó su llanto y su progenitora procedió a revertir la operación que tanta expectación había causado. Algún suspiro de decepción se dejo escuchar entre los hombres de alrededor. Definitivamente, ese niño les odiaba. Teo, que también se había dejado llevar por la curiosidad y el morbo decidió volver a su lectura, intentando recordar que era lo último que había leído.
        Entonces fue Josh quién mató a patadas a la niña deficiente...
        ¿Perdona? la chica que quedaba a la derecha de Teo se había vuelto hacia el, sosteniendo uno de sus auriculares en la mano derecha.
       ¿Eh? ¿Que? Teo la miró, sin entender la situación.
      Un numero considerable de pecas bañaban el rostro de la joven, de no más de diecisiete años de edad. El pelo negro y por los hombros le concedía un aspecto aún más joven si cabía.Llevaba una mochila sobre el regazo con algunas chapas de lo que Teo supuso que serían series de origen japonés.
       Al mirar de nuevo el rostro de la chica varios pensamientos le surcaron la mente, pero pronto quedaron descartados por lo siniestros e ilegales que resultaban... Le sacas mínimo quince años... pederasta... , se dijo a sí mismo.
        ¡Ah, disculpa! Teo se dio cuenta de lo que pasaba–. ¿Lo he dicho en voz alta? No era mi intención, solo intentaba recordar por donde iba...Teo zarandeó el libro en su mano.
        Oh, vale –la chica le dedico una dulce sonrisa
        ¿Como has podido escucharme si llevabas puestos los...? Teo no recordaba la palabra, le ocurría a veces y era una tontería que le hacía pasar momentos embarazosos. Empezó a describirlos con sus manos.
       Auriculares aventuró la joven.
        Eso mismo –dijo Teo con voz cansada.
        ¿Nunca has visto unos? –enarcó una ceja. Al parecer a la chica le hizo gracia la situación. Lo cierto es que estaba muy sexy así, pero de nuevo Teo descartó obscenos pensamientos.
        Muy graciosa –dijo Teo con sarcasmo.- Solo es que no me salía la...
      El metro comenzó a disminuir rápidamente su velocidad. Los frenos chirriaban y el vagón temblaba. Algunas personas gritaron asustadas, pero la gran mayoría guardo las formas y esperó con paciencia una explicación razonable. Estaban bastante cerca de la cabina del conductor. Quizá había algo en la vía, o el sistema de frenos había fallado.
       Finalmente se detuvo por completo, en la oscuridad del trayecto subterráneo. El silencio reinaba en la estancia cuando la puerta que llevaba a la cabina se abrió y el conductor salió por ella.
       El conductor quizá era decir demasiado. No cabía duda de que en algún momento del pasado lo había sido pero en ese momento distaba mucho una persona que se ganaba la vida conduciendo un transporte público.
       En ese preciso instante distaba mucho de una persona.

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